Comienzo a caminar temprano y a buen ritmo. Cuando empieza a clarear llego a Carrión de los Condes. Paro en el primer bar que encuentro abierto a comprar un pincho de tortilla. Allí me coincido con dos tíos desayunándose un botellín: evidentemente están finiquitando una noche de juerga. El mayor comienza a charlar conmigo. En cierto momento me pregunta: “¿Cuándo empezaste en Saint Jean?”. Le contesto. “Entonces, estás doblando etapas. ¡No dobles etapas que luego lo pagarás…!”. Y allí lo dejo, con sobrino y curda.
Continúo adentrándome en el pueblo cuando una chica asiática me pregunta por el Camino. Es pequeña y delicada; puro yin. Se llama Min Yan y es coreana. Empezamos a caminar juntos y a contarnos la vida (en inglés, claro). Caminar y charlar; charlar y caminar; así más de tres horas… Casi ni me entero de la llanura infinita, ese tramo átono de 17 km entre Carrión de los Condes y Calzadilla de la Cueza. Min Yan tiene su propio proyecto durante el Camino: tatúa y fotografía manos de peregrinos con diferentes mensajes (en coreano).
Llegamos por fin a Calzadilla y paro a comprar mi segundo pincho de tortilla del día (con chorizo esta vez). Decido seguir solo en mi Camino y me despido de mi amiga coreana. En ese momento me planta dos besos agradecidos que me llenan de vida.
Sigo mi Camino con Sahagún como objetivo final. No paro a comer, con los dos pinchos tiro adelante… Paro en un par de pueblos a refrescarme y descansar. Y empiezo a sentir mi tobillo derecho cada vez más rígido, como si le faltase lubricante y estuviese a punto de gripar.
En estas que, cerca ya de Sahagún, cuando el calor sigue siendo inverosímil, paro a aliviarme en un bosquecillo pegado al camino. En plena faena escucho pasos y una voz cantarina. Dejo que pase por delante y no puedo dejar de sonreír. Otra vez Filippo, ¡Madonna santísima!
Llegamos juntos hasta Sahagún y paramos en su inmenso albergue municipal. Cada vez me molesta más el tobillo, ya casi no lo puedo estirar…